Introducción
Hasta octubre de 2023, fecha del -hasta ahora- último enfrentamiento entre Hamás y el estado de Israel, otros conflictos (Ucrania, Níger…), habían desplazado de la primera página de la escena internacional al llamado conflicto de Palestina. Sin embargo, los recientes acontecimientos demuestran que continuaba estando de gran actualidad, incluso a pesar de que casi no llegaran noticias a los medios de comunicación ni a las redes sociales, más allá de un público muy interesado o especializado. Mientras la invasión rusa ha llenado ayuntamientos de Europa y páginas web de organismos e instituciones con banderas ucranianas, y ha movido numerosos actos de condena públicos y privados, los más de cincuenta años de ocupación israelí parecen no tener ese mismo efecto en la población civil, y mucho menos en las autoridades europeas o españolas en particular. Así, mientras no se pone en cuestión el derecho ucraniano a su legítima defensa, e incluso desde Occidente se facilitan armas y equipos para la lucha armada, hay una fuerte resistencia a aceptar que el estado de Palestina (reconocido por la Asamblea General de Naciones Unidas desde noviembre de 2012) padece también una prolongada ocupación militar, que se sustenta sobre principios muchas veces desconocidos, o parcialmente explicados (la seguridad, la lucha contra el terrorismo), pero que esconde motivaciones de corte imperialista, económico y religioso. A la luz de lo ocurrido en Ucrania, donde ahora Europa dirige sus ojos, quizá sea más fácil entender lo que está pasando en Palestina desde hace, como mínimo, 55 años. En este breve artículo se darán las claves para entender qué significa la ocupación y cuál es el estatus actual de Palestina, en el contexto internacional.
¿Qué son los Territorios Ocupados de Palestina?
Oficialmente, para Naciones Unidas son los espacios que Israel ocupó en junio de 1967, con algunas variaciones. Aunque los combates duraron algo más, se conoce como Guerra de los Seis Días al conflicto por el cual Israel atacó a las cuatro naciones con las que comparte frontera terrestre (Líbano, Siria, Jordania y Egipto), con el siguiente resultado: invadió los Altos del Golán a Siria, Cisjordania a Jordania y la franja de Gaza y la península del Sinaí a Egipto. Es importante remarcar que en su avance por Cisjordania ocupó también la parte oriental de Jerusalén (Jerusalén Este), de mayoría árabe con importante presencia musulmana y en menor medida cristiana.
La justificación israelí para dicho ataque se basaba en dos argumentos: la vulnerabilidad de su territorio ante ataques vecinos -algo que sin embargo no desaparece por ocupar estos territorios, puesto que las naciones limítrofes lo siguen siendo-, y la reacción ante la acción egipcia de impedir el tránsito de barcos hacia y desde Israel por el Canal de Suez y el estrecho de Tirán. A estos motivos hay que añadir otros, nunca declarados por Israel, como la apropiación de las fuentes de agua dulce en el alto Jordán (Altos del Golán), y del acuífero subterráneo de Cisjordania, además de motivos de corte imperialista religioso, como la aspiración a construir un Gran Israel (Eretz Israel, en la terminología sionista), con la invasión de espacios de gran significación religiosa, como el monte Sinaí y muy especialmente Jerusalén. Hay que indicar que este Gran Israel responde al versículo del Génesis (15: 18-21) en el que Yaveh promete a Abraham y sus descendientes todas las tierras comprendidas entre el Nilo y el Éufrates. Ambos ríos representan las dos franjas azules de la bandera de Israel, con la casa de David (la estrella de David) entre ambas. La propia bandera es, por tanto, una declaración de intenciones.
Once años más tarde (1978, acuerdos de Camp David), Israel devolvió la península del Sinaí a Egipto, en lo que significó el primer acuerdo con una nación árabe. Desde entonces, quedan considerados como Territorios Ocupados la franja de Gaza y Cisjordania (incluyendo Jerusalén Este), así como los Altos del Golán. Las Naciones Unidas han constituido para estos espacios una Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios para los Territorios Ocupados de Palestina (OCHAOPT por sus siglas en inglés), que monitoriza la situación, reuniendo datos, estadísticas y cartografía sobre los efectos de la ocupación. Inexplicablemente, dicha Oficina omite la realidad en los Altos del Golán, que Israel se anexionó en 1981, motivando el rechazo unánime del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (Resolución 497/1981, de 17 de diciembre). Los Altos del Golán se convirtieron desde esa fecha en parte de la estructura territorial de Israel, contraviniendo el Derecho internacional, y con la complicidad de los cascos azules, que se instalaron como fuerza de interposición entre la zona ocupada por Israel y el resto de Siria (por tanto, legitimando la ocupación), en vez de entre Israel y Siria, como debería haber ocurrido y como el propio nombre de la misión indica.
La misión UNDOF (United Nations Disengagement Observer Force, es decir, Fuerza de Naciones Unidas de Observación de la Separación) se estableció mediante la Resolución 350/1974 del Consejo de Seguridad, por un periodo de seis meses. Este periodo se ha ido prorrogando 98 veces, durante 49 años, demostrando la incapacidad, o el desinterés, por encontrar una fórmula que obligue a la devolución por Israel del territorio ocupado a Siria.
Autor: Edgar Fabiano (CC BY-SA 3.0 DEED)
A modo de conclusión
El proceso de reconocimiento del estado de Israel y del estado palestino en la comunidad internacional muestra una profunda disimetría. Es cierto que la ocupación israelí es un elemento esencial para entender la desigual relación de fuerzas entre ambas entidades, pero no es el único factor. Hay otros elementos externos, ajenos a la región, que permiten explicar cuáles son las razones que han llevado a la situación actual. Por un lado, el apoyo estadounidense a las políticas israelíes, sea cual sea el partido que gobierne desde la Casa Blanca, aunque es más evidente con gobiernos republicanos; por otro, el recelo desde Occidente a las políticas y acciones emprendidas desde el mundo árabe, siempre bajo sospecha, y sobre todo desde el 11-S. Sin embargo, existe un manifiesto desconocimiento de las políticas segregacionistas que el estado de Israel practica en su territorio, estableciendo una clasificación de los ciudadanos en función de su nacionalidad (judía, árabe, drusa, otras) y su ciudadanía (israelí, no israelí), con distintos niveles de acceso a bienes, servicios, o disfrute de derechos, en lo que algunos autores como el judío Oren Yiftachel califican como etnocracia.
La ocupación, por tanto, no es solo física. Cuando se habla de ocupación no debemos pensar solo en la invasión de los Altos del Golán, de Cisjordania, de Jerusalén Este o el bloqueo de la franja de Gaza. La ocupación se practica también con la aprobación de un corpus legislativo que expulsa a la población no judía, que impide la residencia en tierra de Israel a matrimonios mixtos (Ley de ciudadanía), que da beneficios a judíos provenientes de cualquier parte del mundo mientras esos mismos derechos se niegan a los árabes nacidos dentro de Israel (Ley del retorno), que suprimen la posibilidad de utilizar el árabe (eliminación de la cooficialidad del hebreo y el árabe en 2018), que impiden entrar o salir de Jerusalén a la población árabe si no se cuenta con un permiso especial,…
Y mientras todo esto lleva ocurriendo -como mínimo- desde 1967, los focos de los medios de comunicación apuntan a Ucrania, nuestros ayuntamientos colocan en sus fachadas la bandera azul y amarilla y nuestros gobiernos facilitan armas para resistir la invasión rusa y expulsar al ocupante, ante la perplejidad, o quizá ya no tanto, de la orilla oriental del Mediterráneo, que advierte la doble vara de medir de Occidente.
Sin embargo, el 6 de octubre de 2023, coincidiendo con la festividad de Sucot y el quincuagésimo aniversario de la guerra de Yom Kippur (día del Perdón), Hamas logró romper el bloqueo israelí de la Franja de Gaza, realizando un ataque terrestre directo, combinado con el lanzamiento de varios miles de proyectiles contra ciudades israelíes, especialmente las más próximas. Aunque en el momento de redactar estas líneas el conflicto continúa abierto, las informaciones de los primeros días arrojan ya un balance de víctimas mortales en Israel cercano al millar, además de varias decenas de personas civiles secuestradas, frente a medio millar de víctimas palestinas, fruto de la primera respuesta militar israelí en Gaza, que probablemente irá en aumento.
Este ataque tendrá sin duda consecuencias importantes en la región. Producirá una polarización de las posiciones tanto en Israel (un país políticamente dividido, en el que el gobierno del Likud se apoya para gobernar en extremistas judíos y en un partido de fanáticos colonos) como en Palestina, donde la autoridad de Mahmud Abbas está fuertemente cuestionada en Cisjordania (lleva sin convocar elecciones desde 2009, cuando convirtió su mandato en vitalicio, y se le acusa de llevar a cabo una política colaboracionista) y sobre todo en Gaza, territorio controlado por Hamas, abiertamente enfrentado a la Autoridad Nacional Palestina que él preside. El ataque ha unido a los partidos israelíes y a su ciudadanía ante un enemigo común, y sin duda supondrá una reacción militar desproporcionada contra la población de Gaza, al igual que en ocasiones anteriores (2008, 2012, 2014…).
Aunque el ataque de Hamas puede contextualizarse dentro de una situación de presión incontenible en la Franja, fruto de 17 años de un terrible bloqueo, lo cierto es que las imágenes difundidas, con la celebración de asesinatos y de secuestros de civiles, tendrán sin duda un efecto muy dañino en la imagen de la causa palestina, y en la consideración internacional de la legitimidad de la defensa de sus derechos (a una tierra, a la libre determinación, a un estado…). Derechos que, sin embargo, siguen existiendo en un entorno de ocupación ilegal. Por contra, la «causa israelí» puede verde paradójicamente fortalecida, hasta el punto de que la comunidad internacional da por sentado que no se producirá una búsqueda, detención y puesta a disposición de las autoridades judiciales de los miembros de Hamas (como debería ser en cualquier estado de derecho), sino que habrá una acción de respuesta militar devastadora en la Franja de Gaza, que será de nuevo contemplada cual macabro espectáculo retransmitido por televisión, sin cuestionarse siquiera ni las causas que han provocado esta situación, ni las consecuencias que tendrá en la relación entre Occidente y el Mundo Islámico.
Para más información
Torres Alfosea, F. J. (2013). “Aplicación del principio de acumulación por desposesión a las relaciones entre Israel y Palestina”. Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles, (63). https://doi.org/10.21138/bage.1610.