En tan solo dos generaciones (los años que median entre 1959, año del Plan de Estabilización, y el momento actual) ha pasado de ser uno de los países europeos más jóvenes a liderar el envejecimiento en el mundo; de ser un espacio de dominante rural a ser un espacio eminentemente urbano-metropolitano; de presentar una fecundidad de las más altas de Europa a aparecer, a escala internacional, como uno con la fecundidad más baja; de ser un país netamente emigratorio a convertirse en uno de los principales destinos de la inmigración global.
A la vez, España se presenta como uno de los países con los desequilibrios demográfico-territoriales más fuertes y los niveles de desigualdad de renta más altos de la Unión Europea, todo ello en el contexto de un proceso de cambio socioeconómico que ha favorecido el desarrollo de una clase media que las sucesivas crisis (energética primero, financiera después, socio-sanitaria más tarde) han ido progresivamente debilitándola, lo que amenaza con crear una nueva falla, esta de carácter social, que se sumaría a la territorial, que amenaza nuestro estado de bienestar. España ha experimentado en las últimas seis décadas un cambio demográfico, social y territorial que cabe calificar de excepcional: la velocidad de este cambio y su profundidad singularizan nuestro país en el contexto internacional.
Las consecuencias de estas transformaciones son unos profundos desequilibrios espaciales entre los espacios rurales y urbanos, por más que la dualidad rural urbana debe ser sustituida en la actualidad por la del continuo rururbano, esto es, un espacio plural con distintos de grados de urbanización. En 1960 España era un país eminentemente rural: más del 50 % de la población residía en los núcleos rurales frente al 18 % en la actualidad; desde la perspectiva laboral, dependiente mayoritariamente del sector primario: 42 de cada 100 empleos en 1960, en tanto que hoy el porcentaje de empleo en el sector primario no alcanza, según la Encuesta de Población Activa, ni el 4%, frente al 76,3 % que lo hace el sector terciario.
Nuestro país tiene, en el conjunto de estados europeos, una densidad de población escasa (93 hab./km2) y está desigualmente poblado: el porcentaje de territorio deshabitado es casi el 87%, frente al 32%, 53%, 40% o 53% de Francia, Italia, Alemania o Portugal, respectivamente. A la vez, nuestras grandes áreas urbanas concentran el 69,4% de la población en tan solo el 7,9 del territorio.
Actualmente son las grandes áreas metropolitanas las que definen y dominan nuestro sistema de asentamientos. Poseemos las densidades de población urbana más altas de Europa, lo que contrasta abruptamente con los mayores vacíos demográficos en el continente, todo lo cual hace aparecer a España como una “anomalía” en el contexto europeo.
Asimismo, hay que tener en cuenta lo que alguna vez hemos definido como el “factor D”: la Demografía. La población española está envejeciendo a uno de los ritmos más altos del mundo como consecuencia de un doble envejecimiento, de una parte, el provocado por la vertiginosa caída de nuestro índice sintético de fecundidad: 1,19 hijos por mujer en 2021, el segundo más bajo de Europa, muy lejos del 2,1 que asegura el reemplazo generacional, que explica el envejecimiento por la base de la pirámide de población. Por otra parte, por el aumento de la esperanza de vida, que es una de las más elevadas del planeta, y que explica el envejecimiento por su cúspide.
España, que es uno de los países más longevos del mundo, a la vez exhibe una esperanza de vida muy alta: 86 años las mujeres y 79,5 años los hombres, a pesar de que la COVID la redujo 1,5 años entre 2019 y 2020 , dato medio que no debe ocultar fuertes diferencias territoriales.
Por lo que respecta a la estructura demográfica, a principios de los 60 del pasado siglo nuestro país se mostraba como uno de los más jóvenes de Europa (uno de cada cuatro habitantes tenía menos de 15 años, hoy lo es uno de cada diez). Aquella rejuvenecida estructura era consecuencia de una fecundidad que se había mantenido relativamente alta hasta 1978, año en que el índice de la fecundidad inicia en España su caída: 2,1 era el número de hijos por mujer en 1980; 1,16 en el 2000; 1,19 en 2021.
Las migraciones internacionales son un nuevo factor demográfico a considerar. En los años sesenta éramos un país de emigrantes (2.600.00 españoles marcharon a Europa entre 1946 y 1970). En 2022, según el Padrón de españoles residentes en el extranjero, residen fuera de España 2.742.605 compatriotas de los cuales 1.019.795 tienen como destino Europa. A la vez, actualmente somos uno de los principales destinos de la inmigración internacional: 6.246.130 extranjeros residen en nuestro país en 2022.
De forma paralela, estamos asistiendo a un fenómeno social que cabe calificar de histórico: el debilitamiento progresivo de la clase media, fenómeno que también se está produciendo en todo el mundo occidental, hecho que es consecuencia de las sucesivas crisis en las últimas décadas: energética de 1973, financiera de 2008, socio sanitaria en 2019. En la actualidad el 11 % de las familias españolas puede considerarse de clase alta, el 57 % de clase media y el 32 % de baja. Estas cifras eran del 8 %, 63 % y 29%, respectivamente, en 2006, lo que prueba categóricamente la involución social aludida. Asistimos, pues, a unos niveles de desigualdad de renta sin parangón en Europa y a una polarización social y económica cada vez mayores, consecuencia de múltiples factores socioeconómicos.
Nuestro país presenta un alto grado de vulnerabilidad demográfica y socio-territorial que condiciona fuertemente su desarrollo futuro. Es el momento de replantear nuestro modelo económico y reformular el estado de bienestar, si queremos asegurar su sostenibilidad y, además, hacerlo desde los principios de justicia social y equidad intergeneracional. 47.661.554 razones impulsan a ello.
Para más información:
Reques Velasco, P. (2014) La transición territorial. Cambios en las estructuras demoespaciales en España (1900-2011): un análisis de base municipal. Homenaje al profesor Vicente Gozálvez. Alicante/Alacant, Universitat d´Alacant / Universidad de Alicante pp. 67-132.