Geocritiq

Del calentamiento global a la emergencia climática

Stop Global Warming

Cuando a partir de la segunda mitad de los años setenta del siglo pasado, y con más claridad en los ochenta, la temperatura comenzó a aumentar, amplios sectores de la comunidad científica, aun a sabiendas de los indicios de su posible vinculación a la actividad humana, mantuvieron el natural escepticismo sobre su atribución antrópica. Así ocurrió, particularmente, entre el colectivo de geógrafas/os españolas/es que, en general, no dio carta de veracidad ni al aumento térmico ni a su posible relación con el incremento de la concentración de los gases de efecto invernadero, fruto, sobre todo, del uso ingente de combustibles fósiles. Al fin y al cabo, el clima siempre se caracterizó por extremos contrastados alrededor de unos valores medios. Entonces los dientes de sierra de la evolución de cualquier variable climática y la propia variabilidad natural del clima podían aún explicar la anomalía térmica. Sin embargo, el último decenio del siglo XX confirmó el alza de temperatura, ahora ya estadísticamente significativa, y la acción antrópica se erigía como la hipótesis más plausible. El cambio climático pasó a ser objeto de estudio preferente desde ámbitos de conocimiento muy diversos. No obstante, en la Geografía española hubo una cierta reticencia a admitir la hipótesis antrópica, cuando no el propio calentamiento global. La perspectiva histórica de la Geografía suministraba ejemplos de extremos climáticos en el pasado, particularmente sequías y olas de calor, que servían de contraejemplo al “supuesto” cambio climático. En la actualidad, sin embargo, salvo contadas excepciones, el cambio climático y su origen en las emisiones de los gases de efecto invernadero han sido asumidos con generalidad, también entre las/os geógrafas/os españolas/es, tales son las evidencias observacionales y la certidumbre de su origen antrópico.

A nivel global, el Sexto Informe del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) (2021) estableció en 1,1 ºC el aumento de la temperatura media anual del aire en superficie, con respecto al promedio de la segunda mitad del siglo XIX, el período de referencia. Y, tanto o más importante, elevó el nivel de confianza a más del 99 % (prácticamente cierta) la atribución antrópica del calentamiento, cuando en el Tercer Informe (2001) era solo mayor del 66 % (probable), en el Cuarto (2007), mayor del 90 % (muy probable) y en el Quinto (2013), mayor del 95 % (sumamente probable).

El Acuerdo de París (2015) planteó el objetivo de que el aumento de la temperatura media global, que está asegurado durante algunas décadas por la inercia térmica del sistema climático, no superara los 2 ºC. A ser posible, incluso, que quede por debajo de 1,5 ºC, que la COP26 (Vigesimosexta Conferencia de las Partes) (Glasgow, 2021) ha mantenido. El caso es que, alcanzado el umbral crítico de los 2 ºC, si no antes, se producirán efectos muy graves, algunos irreversibles, en las diferentes componentes del sistema natural y en nuestro propio sistema socioeconómico. Paradójicamente, es este sistema económico insostenible, basado en el consumo desmesurado de recursos, entre ellos los combustibles fósiles, con la consiguiente generación de un volumen ingente de residuos, el agente principal del calentamiento global.

Las proyecciones climáticas más recientes solo contemplan un escenario, el más exigente, con una temperatura media global a finales de siglo por debajo de 1,5 ºC, respecto al período de referencia. El resto de escenarios lo sobrepasan. En el peor, el business as usual, el incremento llegaría a más de 4 ºC, un planeta inimaginable. Para contener el calentamiento por debajo del grado y medio, el esfuerzo de restricción de las emisiones de gases de efecto invernadero que hay que hacer es muy grande, aproximadamente un 45 % de reducción antes de 2030 respecto a las producidas en 2010. De este modo, en 2050 se alcanzaría la deseada neutralidad de carbono, es decir, que el balance neto de emisiones sería cero y así se lograría contener a finales de siglo el calentamiento por debajo de 1,5 ºC.

Queda menos de una década para poder alcanzar la citada reducción y, en consecuencia, el objetivo de que la temperatura del planeta quede a final de siglo por debajo del grado y medio. A día de hoy, se entrevé imposible lograr ese objetivo. El esfuerzo debería ser mayúsculo, con compromisos estatales crecientes de reducción de emisiones. Tampoco el contexto internacional, incluyendo la guerra de Ucrania y la problemática energética, ayuda por la posibilidad, por ejemplo, de volver a recurrir en algunos países al uso del carbón para la generación de electricidad. La situación es realmente grave, de auténtica emergencia planetaria. Como es característico de la condición humana, solo los extremos meteorológicos, que ya cabe afirmar que son más frecuentes, intensos y duraderos, como el verano ahornagante de 2022 en España y tantos otros episodios, parecen agitar con generalidad las conciencias para afrontar una reducción significativa en el empleo de recursos y encarar la urgente transición energética. Las posturas catastrofistas no sirven, solo conducen a la inacción, cuando de lo que se trata es de actuar rápida y decididamente.

 

Para más información:

MARTÍN VIDE, Javier, 2022: Where are we? Climate change, trends and risks. En: CAMPINS, Mar y BENTIROU, Rahma, eds. Understanding vulnerability in the context of climate change. Barcelona: Atelier, pp. 27-36. ISBN 9788418780264.

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